Eran las seis de la tarde cuando el señor Fausto tomaba su última taza de café en el antiguo teatro que durante cinco meses le sirvió de asilo. Compartía ese pequeño reino de fabricada tranquilidad con otros ancianos que, incapaces de enfrentar la situación a solas, decidieron aunar esfuerzos y ayudarse mutuamente. Dandara no podía estar peor: la miseria era un detalle dentro del cuadro de libertinaje y violencia en que la ciudad se había convertido y el pan se estaba comprando a precio de sexo o muerte. No había edad para venderse a cualquiera a cambio de un poco de comida, o sencillamente apuñalar a quien tuviera algo que llevarse a la boca.
Aún cuando los ancianos, sobrevivientes de una época de búsquedas utópicas del bien común, durante la cual se había construido Dandara, hubiesen preferido la muerte a vivir para ver aquello, no les quedó más que sostenerse con esperanza en medio de esa decadencia. Así, se reunieron en el derruido teatro convirtiéndolo, más que en un hogar, en una burbuja de idílica armonía aislada de la tempestuosa realidad.
El señor Fausto tenía facha de abuelo bondadoso, con la mirada dulce y la exasperante condición de los ancianos de vivir en cámara lenta. Nadie podría imaginar que se trataba de un verdadero guerrero, un estratega intuitivo y calculador en cuyos hombros había pesado la lucha por la libertad y construcción de una nación nueva. Y, aunque se hallaba en el último tercio de su vida, como solía decir, nunca dejó de escribir cada tarde sus memorias de batalla, acompañado de unas cuantas tazas de café. Toda su experiencia reunida en el papel, sus reflexiones posteriores, sus visiones acerca del futuro de Dandara y su premonitorio temor, debido a la inmadurez del neonato país. Vivió gran parte de su vida rodeado de una comunidad idealista y luchadora, cuyos hijos crecieron con los valores de los mártires que dan su vida por las causas nobles. La clarividencia que le caracterizaba le impulsó a educar a uno de ellos, previendo que algún día, Dandara necesitaría líderes de carácter recto, que procuraran el bienestar de la nación, pero con espíritu y capacidad guerrera, para defenderle de cualquier amenaza. Sin embargo, tenía claro que nadie puede luchar solo, por lo que decidió escribir sus memorias, las que serían su herencia a los “defensores de Dandara”, a fin de que pudieran servir de apoyo a la nueva casta de guerreros.
Lo que el Señor Fausto jamás imaginó fue que sería él mismo quien viviera para afrontar una nueva guerra, y menos que ocuparía un lugar en el camino a la restauración de la paz.
-¿A quién dejarás tus memorias, Fausto, si no tienes ningún familiar?- Esa era una pregunta usual en el teatro. Nadie podía explicarse que alguien trabajase tan arduamente en un proyecto que se iría a la tumba con él.
- Querida Lucy, tú perdiste las esperanzas en la gente joven, pero yo estoy seguro de que a alguien con interés histórico le podrían atraer, entonces estaré colaborando con la memoria de nuestra nación. ¿no has pensado que, con lo joven que es nuestro país, tal vez a nadie se la ha ocurrido aún registrar los acontecimientos?- La respuesta de señor Fausto fue completamente ajena a la realidad que Dandara vivía, y totalmente apropiada para un anciano habitante de una burbuja de felicidad.
- Ja, ja, Fausto, tú eres tan inocente o tan optimista que ni se te ha ocurrido que cuando nos muramos, los muchachitos que viven afuera ya se habrán matado entre ellos- sentenció la anciana entre risas, pero con la mirada entristecida por sus propias palabras.
El señor Fausto sonrió como única respuesta, pero internamente rogó para que los “defensores de Dandara” se adelantaran a tales acontecimientos. No sabía si llegaría a existir aquél grupo de valientes que él ya tenía bautizados, pero algo en su interior le indicaba que no debía perder las esperanzas.
Su corazonada, como siempre, acertó. Esa misma tarde apareció ante él la visión más soñada de su existencia desde que la crisis se había declarado: un hombre de expresión severa y vestir elegante le observó desde la entrada. Desde el primer instante supo quien era, pero decidió esconder su emoción y se mantuvo escribiendo sus memorias (o fingiendo que escribía) mientras el hombre lentamente se acercaba. El anciano siempre fue muy prudente en su actuar y procuraba hacer a un lado la ansiedad para hacer reaccionar primero a su “adversario”. Y también solía mirar como adversario a cualquier individuo del cual no conociera sus intenciones.
-“Maestro”- Dijo el visitante por saludo, antes de inclinarse en profunda reverencia. Se levantó con lentitud, buscando la mirada del anciano y mostrando que, tal como en su niñez, aún le respetaba y consideraba su maestro.
Sonriente, el señor Fausto se levantó de su asiento, puso sus manos en los hombros del recién llegado y luego de mirarle de pies a cabeza se saltó todo protocolo y le abrazó.
-¡Gracias a Dios, que me ha permitido ver a mi muchacho convertido en todo un hombre!- el señor Fausto, pese a haber sido un guerrero formidable, siempre fue un hombre cariñoso y expresivo – Por favor, Marduk, siéntate a mi lado. Pediré una taza de café para tí.
- No, por favor, Maestro. Mi visita tiene un motivo puntual y le prometo que en breve sabrá usted lo que hasta aquí me ha traído. Si tengo éxito en la petición que le haré, usted mismo tal vez pronto me siga- señaló Marduk dejando entrever su ansiedad.
- Hijo mío- señaló el maestro con su eterna calma- después de tantos años no voy a saber de tu vida?
- Maestro, la nación está sumida en un magma de violencia, nos estamos autodestruyendo y alguien debe hacer algo, es por eso que he venido a pedirle ayuda- Dijo Marduk, sin rodeos.
-Y quién va a hacerlo, Marduk, un anciano vetusto como yo o un héroe solitario como tú?- El maestro no tenía la más mínima intención de negarse. Al contrario, la petición de Marduk no hacía más que honrarle, pero su sabiduría le indicaba hacerle ver a su discípulo que lo primero era elaborar un buen plan.
-Ninguno de los dos.
La respuesta de Marduk sorprendió al maestro. Definitivamente, de todas las opciones que había barajado en su cerebro, la propuesta del discípulo era justo la que no había considerado. Una escuadra conducida por Marduk le parecía lo más lógico, y él estaría allí para elaborar la estrategia a seguir. Pero aquél hombre se estaba presentando con una idea en mente, una idea que probablemente venía desarrollando desde el inicio del caos. El maestro se quedó pensativo, diciendo a si mismo que, en realidad, un joven a quien formó con tanta disciplina no podía permitirse el error de la impulsividad y que, desde un principio, debió prever que su visita sólo podía ser la puesta en marcha de un plan más que bien elaborado.
- Bien, muchacho. Como verás, he volcado aquí toda mi experiencia de batalla y mi visión sobre la construcción de una sociedad sostenible para Dandara- dijo el maestro, tomando el libro de sus memorias- esta es mi herencia para los Defensores de Dandara- pronunció esto último casi con pasión.
-¿Defensores de Dandara?- aquello llamó la atención de Marduk
- Es como he bautizado a los valientes que se unirán al rescate de nuestra nación.
El discípulo sonrió ante la ocurrencia del maestro, pero admitió que el nombre era bastante adecuado. La respuesta del anciano le tenía feliz, después de todo, había hecho el viaje sin saber siquiera si le hallaría vivo, pero algo le indicaba que debía confiar, que su maestro no le abandonaría en una misión como aquella. Marduk informó al maestro acerca de cómo una pequeña comunidad de descendientes de los antiguos libertarios se estaban reuniendo para enfrentar la crisis, uniendo fuerzas y planificando los pasos a seguir. Además, le comentó someramente la estrategia que estaban forjando cuidadosamente al interior del grupo.
El plan era, por decir lo menos, desconcertante. El maestro no se molestó en ocultar su inquietud ante la descabellada idea de su alumno. Sabía que Marduk era un hombre sensato que, aún cuando tomara riesgos, éstos no sobrepasarían el límite que impone la cordura. Pero la idea que le estaba proponiendo era definitivamente absurda y en nada correspondía a una actitud atribuible a su discípulo. Sin poder contenerse, le interrumpió:
- ¿Dices que un niño nos salvará?-
- No se trata de un niño, Maestro. Es el mismo demonio. Y en relación a si ha de salvarnos... Más bien diría que avanzará en primera línea portando el estandarte. Nuestra escuadra es pequeña, pero si contamos con un héroe que pueda mantener nuestra moral en alto y disminuir la del enemigo, el viento puede soplar a nuestro favor. Sin embargo, como dije, se trata del mismo demonio, una bestia en estado salvaje...
- Y lo que quieres es que sea yo quien “pula ese diamante”- interrogó el maestro- ¿O me equivoco?-
Marduk era un líder reconocido. Aún cuando jamás había debido enfrentar una guerra, desde la consagración de la libertad de Dándara, la construcción de su sociedad nunca estuvo exenta de hostilidades. Marduk mantuvo unida y en paz a su comunidad durante todo ese tiempo, pero desde que las discordias se vieron agravadas por la pobreza, su grupo se vio obligado a tomar parte en el conflicto, tanto porque ya no podían aislarse de las amenazas externas, como por la responsabilidad social que a todo habitante de Dandara le cabe. En todo ese proceso, Marduk se mostró como un guía infalible para su comunidad y un referente de las virtudes que entre ellos promovían.
Aunque era un hombre humilde, estaba conciente del respeto que generaba en su gente y, por sobre todo, conciente de que gran parte de lo que era se lo debía a la rígida formación recibida. Admiraba a su maestro y en su pensamiento le agradecía cada día por sus enseñanzas, por eso no dudó en acudir a él para pedirle semejante tarea. Tenía la total certeza de que, si había alguien que pudiese disciplinar al “Demonio de Fayum”, ese era el señor Fausto.
- Marduk, ¿estás conciente de que, en tu caso, recibí a un muchachito de familia, educado con nuestros valores, cosa que, por tus comentarios, veo que ahora es muy distinta?
- ¿Teme al desafío, Maestro?
- ¿Estás conciente de que podría fracasar?. ¿Qué harás?, ¿tienes un “plan B”?
- No, maestro, este es mi único plan.
El señor Fausto echó a reír como si de verdad se tratara del asunto más gracioso. Y es que hay que reconocer que la situación rayaba en la comedia- Pues, no me queda más que ayudarte, hombre- sentenció el anciano, sin perder la carcajada. Marduk rió tímidamente, pero con satisfacción.
- En cuanto usted quiera enviaré a recogerle, maestro.
- No, muchacho. Partimos ahora.
Empacó algunas pertenencias y regaló el resto. A estas alturas de su vida los bienes materiales le resultaban un detalle insignificante. Se despidió de quienes le fueron tan cercanos esos últimos meses y rechazó una taza de café que le ofrecieron antes de partir. Eso era más que extraño en él, pero la ansiedad le estaba llenando. Ya quería ver el rostro de quien sería su nuevo discípulo, ya quería enfrentarse a la misión que jamás imaginó que repetiría.